“La Ballena Azul”, un “juego” que se originó en Rusia, que se viraliza entre los más jóvenes a través de las redes sociales y que tiene, como fin último, el suicidio; “Por 13 razones”, una serie estadounidense ambientada en un instituto de una pequeña ciudad y donde todo gira alrededor del suicidio de una adolescente y de las razones que le llevaron a quitarse la vida; o noticias que vemos casi a diario de niños de muy corta edad que se quitan la vida, como el caso que hace tan solo unos días inundó los medios de Gabriel Taye, un niño de 8 años que, tras ser golpeado en su escuela y permanecer inconsciente en el suelo de un baño durante varios minutos sin que nadie le auxiliase, acaba suicidándose dos días después en su casa (Ohio, EEUU).

Parece que cuando hablamos del suicidio en niños y adolescentes lo hacemos tratando de tomar la distancia, como si sólo ocurriese en películas o series de ciencia ficción o más allá de nuestras fronteras, pero es cierto que es una realidad dura y presente en nuestra sociedad.

El suicidio es la tercera causa de muerte entre los niños y adolescentes españoles y se estima que cada año se quitan la vida en torno a 100 jóvenes en España (con un ratio aproximado de 60 niños y 40 niñas), siendo el ahogamiento, ahorcamiento y la sofocación como los métodos más utilizados (41%), siendo el lanzamiento al vacío otro método muy utilizado (31%). Pero no sólo éso, sino que el 72% de los niños y adolescentes de entre 7 y 17 años tienen ideas de suicidio.

Pese a lo alarmante de las cifras, hay que señalar que el estigma social y el miedo al efecto imitación han provocado que hablar de suicidio se haya convertido casi en un tabú.

Si queremos buscar factores de riesgo podemos considerar multitud de estudios que apuntan, entre otros, a padecer una enfermedad crónica dolorosa, un trastorno psicológico que no necesariamente ha sido diagnosticado, una tentativa previa de suicidio y variables concretas de personalidad, como tener un carácter impulsivo con falta de control de las emociones unido a una alta carga de estrés emocional. Pero no podemos dejar de destacar otra de las causas en auge durante los últimos años, el bullying. En este sentido, señalar que se estima que en la UE 7 de cada 10 padecen alguna forma de acoso o intimidación, de tipo verbal, físico o a través de las nuevas tecnologías de la comunicación.

Es importante tener en cuenta que muchos de estos factores conllevan como problema de fondo una depresión. De hecho, se sabe que más de la mitad de los adolescentes suicidas padecían un trastorno depresivo. De esta forma, es fundamental permanecer atentos a nuestros niños y adolescentes, sus conductas observables, su comportamiento tanto dentro como fuera de casa, su estado anímico y aquellos hechos o situaciones vitales que puedan provocar algún tipo de cambio en ellos. El suicidio suele asociarse a una valoración positiva de la muerte, como algo liberador y, a la vez, como algo reversible, es decir, que no es definitivo, que se puede deshacer.

Si bien es cierto que la depresión y el suicidio no son sinónimos, se sabe que este trastorno es el principal factor de riesgo en la población infantil. En la población infantil la depresión puede cursar con síntomas y expresiones muy diferentes a las que conocemos o consideramos más habituales en el adulto. Así pues, en la población infantil es más frecuente la irritabilidad y el enfado más que la tristeza (explosiones de genio ante sucesos triviales, insultos, peleas o incluso abatimiento por nimiedades). Por otro lado, es más habitual en niños y adolescentes el tener poco apetito y problemas para dormir, así como mayor agitación en lugar de enlentecimiento en sus movimientos y actividad física.

La depresión infantil es de 2 a 3 veces más frecuente en hijos de padres con trastornos depresivos, no obstante, como ya mencionamos anteriormente, son muchas otras las causas que también pueden causar trastornos depresivos y que vienen asociados con factores externos.

Por otro lado, es preciso romper ciertos mitos que envuelven al suicidio infantil y que, inevitablemente, dificultan su comprensión, detección y posible prevención:

  • Sí, el suicidio se puede prevenir, no es una acción que esté genéticamente determinada.
  • No es cierto que el que lo anuncia con frecuencia nunca lo hará, al contrario, 1 de cada 3 suicidios consumados se habían avisado previamente mediante intentos o verbalmente.
  • No es cierto que la decisión sea irrevoable, de hecho, tienen sentimientos ambivalentes, dando pistas para ser salvados.
  • Las ideas de suicido son transitorias y con frecuencia suelen sentir arrepentimiento antes este tipo de deseos.
  • Especialmente en población adolescente el consumo de alcohol y de drogas son factores de riesgo para la depresión y, consecuentemente, para el suicidio.
  • El joven que se suicida o que tiene deseos de suicidio no tiene que tener, necesariamente, un trastorno mental grave, de hecho, suceden suicidios impulsivos en población sin trastornos mentales.
  • Por último, y como punto clave, subrayar que hablar del suicidio no induce a llevarlo a cabo, sino que, al contrario, es conveniente hablar del tema, ya que el hablarlo en un entorno de confianza suele aliviar el malestar que se pueda estar viviendo en ese momento.

A la luz de los datos aquí expuestos, no cabe duda que la depresión y el suicidio en la población infantil son asuntos de suficiente gravedad y calado en nuestra sociedad como para dedicarle el máximo de nuestra atención, no sólo para detectarlos y tratarlos, sino también para prevenirlos. De esta forma, ante aquellos síntomas y signos que podamos apreciar como peculiares en nuestros niños, tanto por parte de los padres/tutores como de los profesores, es clave preguntarse si son normales, si responden a una época o momento vital puntual o si su duración se está alargando, si están limitando su desarrollo y actividad habitual y si están afectando a su comunicación y sus relaciones más próximas. En este sentido, se hace fundamental el plantearse solicitar el asesoramiento y opinión de un experto de cara a considerar la mejor vía de actuación, siendo la psicoterapia infantil y la terapia familiar las más utilizadas y las que mayores índices de efectividad a corto, medio y largo plazo obtienen, pues inciden no sólo en el niño sino también en su familia, lo que permite reorganizar aquellas estructuras y sistemas que rodean al menor para ofrecerle una seguridad y confianza en su entorno que le permitan afrontar su vida con nuevos y mejores recursos.

Bibliografía

“El suicidio en jóvenes en España: cifras y posibles causas. Análisis de los últimos datos disponibles”. Clínica y Salud (Volume 28, Issue 1, March 2017, Pages 25–31).

“Tratamientos de los Trastornos Depresivos y de la Ansiedad en Niños y Adolescentes”. Mª Paz García. Editorial Pirámide.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Patricia Díaz (Psicoterapeuta individual y familiar – Psicóloga Forense)

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