Hoy en día es muy habitual decir o que nos digan “¡tienes ansiedad, cálmate!”, “te veo ansioso”, “tranquilízate que te va a dar un ataque de ansiedad”, “¡no puedo, estoy ansiosa!” y expresiones similares, normalmente para referirnos a un estado o emoción negativa. Pero, ¿realmente sabemos qué es la ansiedad?, ¿a qué nos referimos cuando hablamos de ansiedad?

Si consultamos la RAE para ver su definición tenemos:

ANSIEDAD: Del lat. anxiĕtas, -ātis. 1. f. Estado de agitación, inquietud o zozobra del ánimo. 2. f. Med. Angustia que suele acompañar a muchas enfermedades, en particular a ciertas neurosis, y que no permite sosiego a los enfermos.

Sin duda, atendiendo a estas dos acepciones es normal que la Ansiedad se asocie como algo malo y negativo, pero vamos a ahondar un poco más sobre qué es realmente la Ansiedad.

La Ansiedad no es tanto un estado como una respuesta adaptativa que nos hace estar alerta y prepararnos frente a estímulos que pueden ser externos o internos, tales como pensamientos, ideas, imágenes, etc., y que son percibidos por nosotros como amenazantes y/o peligrosos.

En este punto es interesante pararse en dos aspectos, el primero y de gran importancia sería el que la ansiedad es una respuesta adaptativa y, como tal, es muy útil y necesaria para nuestra vida diaria. Adaptativa porque, ya desde los inicios de los tiempos, la ansiedad era básica para nuestra supervivencia ya que nos mantenía alerta de los peligros a los que estábamos expuestos frente a posibles depredadores, amenazas y/o situaciones que directamente nos hacían elegir entre la vida y la muerte. Sin duda, gracias a nuestras repuestas ansiosas, normalmente basadas en la huida o en el ataque, hemos podido salir airosos de más de una situación determinante y llegar a nuestros días.

El segundo aspecto clave de la Ansiedad es el referente a la percepción que tenemos nosotros de los estímulos para considerarlos amenazantes. En este sentido, es importante subrayar que la percepción es algo muy subjetivo que está directamente ligado con lo que cada uno ve, interpreta y siente con respecto a algo. De esta forma, es sencillo deducir que no todos los estímulos que nos pueden suscitar una respuesta ansiosa son realmente peligrosos o amenazantes para nuestra integridad física. Esos estímulos, como la vida misma, está bañada por nuestra propia visión del mundo y nuestra forma de interpretar y dar significado a las cosas, por lo que aquello que a alguien le puede resultar altamente peligroso, mostrándose en consecuencia ansioso, puede ser un estímulo neutro para otra persona y apenas suscitarle reacción alguna. Por ejemplo, si vamos caminando por el campo y en un lado del camino vemos una serpiente, podemos directamente mostrarnos alterados, nerviosos y actuar de forma precipitada, quizá huyendo despavoridos sin mirar atrás; pero quizá nuestra compañía, que se encuentra en la misma situación, en el mismo camino y ve el mismo animal, puede mantenerse calmado, sin apenas alterarse y sólo sentirse sorprendido de nuestra respuesta inmediata de huida. Bien sea una serpiente o una simple culebra, para ambas personas el estímulo ha sido el mismo y la única diferencia es cómo, cada uno de ellos, lo ha visto, lo ha interpretado y el significado que le ha dado (la primera persona como una terrible amenaza que hacía peligrar su vida; y la segunda como un habitante más del entorno rural en el que se encuentra).

La Ansiedad, como reacción emocional que es, tiene tres componentes importantes, el cognitivo (lo que recibimos a través de nuestros sentidos y que nos da información sobre los estímulos de nuestro alrededor), el fisiológico (todas aquellas respuestas corporales que se activan frente a dichos estímulos, como la sudoración, el incremento del ritmo cardíaco, el incremento del calor corporal, el rubor facial, la respiración entrecortada, etc.) y el conductual (el cómo actuamos frente al estímulo, que con la ansiedad suele resumirse en dos: enfrentamiento-lucha o escape-huida). Estos tres componentes de la Ansiedad están tan intrincados que podríamos decir que actúan como un todo, no estando muy claro aún cuál actúa primero y activa al resto.

El factor del modelado, es decir, el aprender por observar y copiar a otros, tiene un fuerte peso, especialmente en los primeros meses y años de nuestra vida, cuando nuestra falta de experiencia la compensamos con la experiencia de quienes tenemos a nuestro alrededor y que nos sirven de referentes para aprender y prepararnos para la vida. Así pues, puede que el temor a los perros que pueda tener una niña de 3-4 años no se deba a haber vivido una experiencia traumática con anterioridad, sino al hecho de haber tenido como referente un adulto que, ante la presencia de un cánido actúa siempre con temor, nerviosismo y conductas evitativas.

Sin embargo, por ser una respuesta que tenga un origen aprendido, a través del modelado o a través de nuestra propia experiencia vivida, y que actúa de forma involuntaria desencadenando conductas a veces desproporcionadas, no significa que ya estemos bajo su control y no podamos hacer nada al respecto.

La Ansiedad depende mucho de nuestra propia percepción y a veces ésta nos puede llevar a sentir que algo que podría estar dentro de la normalidad se convierta en un auténtico problema, generándonos miedo, pánico e incluso bloquearnos. En el ejemplo de la serpiente, está claro que para la persona que sale corriendo ese estímulo, por su percepción y las cogniciones que tiene asociadas, etiqueta la situación como altamente peligrosa, casi de peligro de muerte, así que su reacción inmediata es la huida despavorida.

La Ansiedad ha de servirnos como ayuda para estar alerta y reaccionar frente a los estímulos de nuestro entorno, pero siempre siendo nosotros quienes dominemos la situación y tomemos las decisiones oportunas, no al revés. De esta forma, no podemos dejarnos llevar y escudarnos en el hecho de que, al ser una respuesta inmediata e inconsciente, no la podemos controlar y, por ello, “es que somos así”.

Es importante tomar conciencia de que somos nosotros quienes llevamos el control de nosotros mismos y de nuestras emociones, y es preciso subrayar el hecho de que, con entrenamiento y constancia, podemos llegar a dominar nuestras reacciones y decidir cómo queremos vivir, libres para actuar según nuestro criterio y voluntad, o presos de nosotros mismos y limitados por estímulos que, bien internos o externos, no nos permiten decidir cómo queremos ser.

La relajación, el control respiratorio, la distracción, la exposición, la imaginación positiva… son muchas las técnicas que, con demostrada eficacia, nos permiten tomar el control de nosotros mismos y dominar aquellas situaciones en las que la ansiedad nos desborda. Se calcula que entre un 15% y un 20% de la población padece o padecerá problemas relacionados con la ansiedad y se sabe que la mejora espontánea (sin tratamiento) es altamente improbable, así que depende de ti el que esta emoción sea una ayuda o una limitación para tu vida.

 

 

 

 

 

 

 

 

Patricia Díaz Carracedo

Pulsa aquí para ver la fuente